Hoy no es un día que se haya elegido para conmemorar nada
importante en el mundo, por eso lo he elegido para este escrito mío.
Estos días he pensado mucho en mi madre. Ella nunca celebró
el Día de la Mujer. No tuvo la oportunidad. Tampoco la tuvo para ir a la
escuela, para poder llegar a escribir su biografía, como hubiera querido. Se
pasó la vida, desde que nació, luchando por su supervivencia, luego por la de
los suyos, mientras trataba de adquirir cultura leyendo a deshoras, y haciendo
los pocos cursillos a los que tuvo acceso en su vida. Pero su fortaleza de
carácter no tuvo más remedio que sucumbir, a los 56 años, a su lucha contra el cáncer
de mama. Nunca la había visto con tantas ganas de vivir como entonces, ya que después
de sus 20 años de viudedad, por fin había encontrado el amor de su vida. Solía decirme
“Yo solo quiero vivir para que Manolo –su marido- pueda verme. No me importa
que me duela nada, o tener que estar aquí sentada en esta silla de ruedas. ¡Con
tal de que él me vea aquí!” Creo que hay innumerables mujeres en el mundo que
lo pueden casi todo por sus seres queridos, y que luchan cada día por sobrevivir
como lo hizo mi madre. Todo el que la conoció la admiró por su capacidad de
superación en todo. El 20 de febrero hizo ya 30 años que su cuerpo no está
entre nosotros. Como hoy no es un día importante en el mundo yo quiero usarlo
para celebrar su memoria.
También quiero hoy, celebrar la memoria de otra mujer, que
sin ser mi madre, me amo y acogió en su corazón como si yo fuese la hija que
nunca tuvo. No sé si, debido a carencias afectivas de madre e hija, por ambas
partes, es caso es que tuvimos un flechazo afectivo desde el primer momento en
que nos conocimos. Ella decidió irse de este mundo mansamente el día 4 de enero
–mientras tomaba su desayuno hablando con la enfermera de turno- al igual que había
vivido. Era mujer de carácter pacífico y muy inteligente. A pesar de sus 90
años había logrado manejar un iPhone y leer en un Kindle. No en vano había sido
una de esas jóvenes mujeres que se convirtieron en las primeras administrativas
y secretarias con taquimecanografía del siglo XX europeo. Después de las miserias que ella y su familia
pasaron durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, ella sufría del
Síndrome de la Acumulación. Ella tenía miedo de que volvieran las épocas de
escasez y prevenía. Aunque no compraba por comprar, ya que siempre escribía una
lista exhaustiva de la compra, así como, cada receta suya se componía siempre
de los ingredientes medidos y pesados. Adoraba a sus plantas y jardín, y en su
casa, nunca faltaban los jarrones llenos de flores. Uno de los últimos días más
felices de su vida, que compartimos juntas, fue al regreso de la celebración de
su cumpleaños en su iglesia, cuando me pasé toda la tarde de preparando unos
enormes buqués llenos de aromas y colores, que inundaron su salón. Mientras ella me observaba, sentaba en su
sillón, asiendo fuertemente un globo de “Happy 90 Birthday! que sobrevolaba nuestras
cabezas. Gracias, Mrs. Jones, por esperar a celebrar el Fin de Año juntas, por
darme tantas horas de paz y sosiego en su compañía, por mostrarme la valentía
de una mujer que supo vivir sin queja, después de su cirugía me cáncer de mama,
de sus 4 microinfartos, de sus años de viudedad, de su soledad, de sus tomas diarias
de más de 20 comprimidos diarios durante años, y siempre sin un mal gesto. Hoy, que no es un
día importante en el mundo, también quiero dedicárselo a usted, que fue como mi
segunda madre.