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jueves, 15 de marzo de 2018

Descansa en paz, Stephen Hawking





  "Aunque no puedo moverme y tengo que hablar a través de una computadora, en mi mente yo soy libre" Stephen Hawking.

Tú has sido un hito que ha cambiado la percepción que existía de los seres humanos antes de que tu te dieras a conocer. Antes la sociedad estaba dividida entre personas capaces y personas discapacitadas. Donde estas últimas eran arrinconadas, como seres inútiles, a los que había que alimentar, vestir y calzar, pero nada más. No eran seres humanos productivos. Nadie se preguntaba qué capacidades podrían llegar a desarrollar dentro de sus limitaciones. No se les educaba, porque se creía que eran incapaces de aprender.

Pero apareciste tú en los medios de comunicación. Y se comenzó a escribir, a ver en público, a escuchar la voz de un ser humano que, a pesar de la tremenda lucha que mantenías con tu físico, paulatinamente deteriorado, tu mente no era tan solo brillante, sino que superaba con mucho los límites y las capacidades intelectuales del resto de los humanos. 

Tú eras la antítesis del canon que los medios de comunicación, sobre el hombre perfecto, habían creado en el siglo XX. Tu cuerpo no era musculoso, ni fuerte, ni estético, ni alto ni guapo que se vendía en las películas, sino todo lo contrario. Era la prisión de tu mente. Tampoco eras el típico padre, columna vertebral de la estabilidad familiar. Ni eras el hombre fuerte y fornido que cuida, sino uno que debía ser cuidado, amado y aceptado con todas sus carencias.

Creaste expectativas para los que te veíamos o escuchábamos sobre ti. No todos los seres humanos teníamos porqué responder a unos cánones prestablecidos para ser válidos. Reflexionamos, comprendimos y acuñamos nuevos términos como “diversidad”, “altas capacidades”, “accesibilidad”, “tolerancia”, entre otros.

Debo confesar que yo no te he leído. No porque no desee saber lo que has escrito. Es que no he podido. Yo, desde los 8 hasta los 16 años fui la niñera, cuidadora, manos y pies de otra persona mucho mayor que yo. Así que tengo especial sensibilidad ante los seres humanos que no pueden valerse por si mismos. Si yo hubiera leído algo de lo que tu escribiste hubiera tenido que hacerlo llorando, imaginándote escribiendo con todas esas dificultades que cada día enfrentabas para poner una letra tras otra, o luego, con esa computadora, leyendo tus pensamientos. 

Reconozco que has hecho que los técnicos de la información y la comunicación se hayan devanado los sesos para conseguir que te comunicaras con el mundo. Ese esa es otra de tus aportaciones al mundo de la tecnología. Esto hizo que acuñáramos un nuevo concepto de “libertad”, no basado en la “libertad del movimiento físico”, sino en la libertad del movimiento y evolución intelectual de la mente.

Te admiro también por tu lucha por la vida. En una sociedad donde la vida parece carecer de todo valor. Donde se aborta, se asesina, se viola, se mata, se lucha en guerras, se toman drogas mortales, se cometen actos terroristas, se trafica con la vida humana, o donde la gente se suicida; tiene mucho valor que alguien como tú, que tenía una calidad de vida paupérrima, se aferrara a ella con tanto ahínco. 

Dicen los medios que eras una mente brillante, pero de pocos amigos. Yo me pregunto qué humor para chácharas puede tener un ser humano en tus difíciles circunstancias físicas. ¿Tendrías, además, que estar alegre todo el día? ¿Tendrías que fingir que no era nada el dolor que sentías? ¿Tendrías que haber actuado como si no te hubiera gustado pasear cogido de la mano, correr, saltar, poder afeitarte, ducharte, nadar, esquiar, sentarte tranquilamente en un parque y volver la cabeza a observar a los niños jugar de acá para allá… y otros muchos movimientos que la mayoría hacemos de forma autómata, sin darle el valor que tienen, hasta que perdemos la capacidad de hacerlos? Yo puedo comprender que, teniendo una mente intelectualmente tan desarrollada como la tuya, tu parte emotiva y afectiva fuera frágil y quebradiza. Es imposible ser un ciento por cien en todo. Yo sé, por la experiencia que tuve con aquella tía de mi madre a la que cuidé que, cuando alguien depende para casi todo de otros, el humor se vuelve cada vez más agrio, y las relaciones con tus seres queridos, cada vez más difíciles. Aunque tu y mi tía teníais una mente completamente opuesta. Tu intelecto era brillante, el de ella, la pobre, que no pudo ir a la escuela, dependía también de mí para que yo le leyera. A ella le gustaba que yo lo hiciera porque le aliviaba el sufrimiento de estar atada a su silla de ruedas, y con mi lectura, ella dejaba volar su imaginación por mundos desconocidos. Así entiendo el placer que tú siempre debiste sentir por la lectura, por llevar tu mente más allá de nuestro mundo conocido, de aceptar teorías futuristas sobre el ser humano, de sentar bases para otro tipo de mundo.

Gracias por todo lo que has aportado al siglo XX, al XXI y los siglos venideros.