Estoy muy triste porque acabo de enterrar a una amiga muy querida
para mí.
Nos habíamos conocido en abril. Ella vivía en el campo, pero como no
se podían hacer cargo de ella, cuando me vio surgió entre nosotros amor a
primera vista. El primer día, me la quería traer conmigo, pero no apareció a la
hora de partir. A los pocos días regresé y ya no se iba. Habíamos decidido
dejarla allí, porque, aunque no tenía a sus amos, unos vecinos le daban de comer.
Yo tenía mis dudas. Pero cuando tomamos unas fotos de ella, a la hora de irnos,
se enganchó a mi camiseta y no me soltaba, como se puede ver en esa foto. Así
me la traje a mi casa y la adopté. En estos cortos meses me dio mucho amor. Era
uno de esos seres que ya han llegado a tal perfección, sobre los que piensas que,
son tan maravillosos, que temes que no vivan mucho tiempo. La tuve un mes en una habitación y poco a poco
se fue adaptando a su nuevo entorno. Nunca se llevó bien con Pituso, le miraba
como si fuera un bicho raro en vez de un gato, pero hizo muy buenas migas con
Rony. Se hicieron inseparables. Me extrañó
que ninguno de los dos estuviera esperándome porque solían bajar corriendo a recibirme.
Hacía tanto calor que pensé que estarían durmiendo a la sombra o en casa. La
gatita no vino por la noche. La llamé muchas veces, porque era muy obediente y
solía venir corriendo a la primera llamada. Le dije a Rony ¿Dónde estará
Desdémona con lo tarde que es y no viene? Rony salió y no regresó hasta por la
mañana. Cuando me levanté, sin pega rojo, volví a llamarla, por todo el
vecindario. Cuando iba a entrar a casa,
una vecina bajaba del autobús y me preguntó qué me pasaba. Le dije que estaba
muy preocupada porque mi gatita no había venido a dormir a casa. “¿No será el
gatito que ayer atropelló aquí un coche? Lo puse aquí en la orilla, para que no
lo espachurraran otros coches”, me dijo. Era lo que había temido toda la noche. Allí
estaba mi Desdémona, con tan solo una imperceptible mancha de sangre oscura en
su lengua. Debió morir al instante. La
vecina la vio cruzar cuando pasó un coche muy rápido y la golpeó en la cabeza. La
persona que conducía ni se paró. ¡Un gato menos, qué importa! Debió pensar. Pero Desdémona no era un animal cualquiera.
Ella formaba parte de mi vida. Era tan cariñosa que se subía a la mesa cuando
yo estaba en el PC y me rozaba una y otra vez con su cabecita. Le gustaba
dormir encima de mi pecho o en mis brazos, de lado. No le importaba el calor que
yo pudiera darle. Era un ser que temía la soledad, porque había estado un año y
medio sola en el campo, y ahora estaba feliz de tener a alguien que estuviera
pendiente de ella. Era muy ágil. Se subía a los árboles en un instante. Era muy veloz, también, paro eso no le sirvió
de nada, porque una máquina más veloz y fuerte que ella le segó su frágil vida.
En esta urbanización hay carteles por todas partes con prohibición de circular
a más de 20, pero nadie respeta el límite. Muchos pasan como locos por la
puerta de mi casa. Uno de esos locos fue quien mató a mi Desdémona, que no era
una gata más, ni una gata cualquiera, era mi gata preciosa y un miembro muy
querido de mi familia. Ahora su cuerpecito yace
en una pequeña tumba, encabezada por un pequeño monolito alzado en su
memoria, que le escavé esta mañana bajo el
viejo almendro como si fuera una Eloisa. Creo que en primavera hará que al
árbol le broten muchas flores tan hermosas como lo era ella.
Desdémona no es un nombre corriente para una gatita ¿verdad?
Ella había nacido en la casa de mi amigo Manolo, alias, Vivaldi. Él había hecho
la gira de Othelo con Pablo Domingo como maestro de cuerda. Así que cuando
nacieron los gatitos, les pusieron a uno Othelo y a esta Desdémona, que también
ha sido una hermosa de vida breve, como la heroína shakesperiana. ¡Pobres
Desdémonas!